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CAPÍTULO XV

Al fondo del patio, un zapatero que batía la suela, silbaba el Himno de Riego. De tiempo en tiempo ponía el reojo en la jaula de un mirlo, colgada al sol mañanero. El pájaro acompañaba algunos compases, y el remendón se afirmaba en el propósito de sacarle maestro en aquella solfa progresista. El patio era grande, y la casa, de corredor con balconaje pintado de ocre. En cordeles colgaban innumerables prendas de ropa. Las camisas, crucificadas por las mangas, estremecían impúdicamente sus faldetas. Se inflaban enaguas y refajos. Vistosos pingos flameaban como gallardetes y resaltaba al sol la tela nueva de los remiendos. Eran tan profusos los colgarines que entoldaban el patio y lo alegraban de luces y colores, en baile ventolinero. La balconada tenía macetas y gatos. Toda la casa, gritos, cantares, súbitas furias maternas con acompañamiento de azotainas y lloriqueos.
El remendón que batía la suela en el fondo del patio alzó los ojos al balconaje del corredor, donde asomaba una vecina haciéndose el moño: