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CAPÍTULO XXII

En el cementerio estaba un viejo con dos cabras que pacían la yerba de las sepulturas. La monja y la novicia, para no equivocar el camino de la aldea, aprovecharon salir con el pastor. Era un sendero verde, todo en paz de oración, y el viejo hablaba en vascuence y reía enseñando su boca sin dientes. Era todo cristalino el paisaje, y los montes parecían de amatista. Cerca de la aldea una mujer que descansaba en la orilla del camino, se alzó y corrió al encuentro de las monjas. Era Josepa la de Arguiña:
-Pues antes las descubrí entre los negros, y maginé que las conducían presas. Por sonsacar anduve enseñando las casas, á los que acá se quedan alojados… ¡Y de Poquito, la gran valentía!… Todo les contaré… ¿Y agora, por este camino, adonde es el caminar, con mi guelo de las cabras?