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CAPÍTULO XXI

Sonaban las cornetas. Era una alegría luminosa y cruel, como la del sol en el aire de la mañana. ¡Aquel aire ermitaño y de milagro, con aroma de yerbas frescas, profanado por el humo de la pólvora! Había cesado el fuego, y sólo muy de tarde en tarde pasaba silbando una bala perdida, y rodaba el eco de un tiro por las quebradas sonoras del monte. Ninguna boina roja asomaba entre jaras y picachos, ningún grito… Veíase á lo lejos las líneas de cazadores desplegarse para envolver á los carlistas: Las tropas de retaguardia y de vanguardia convergían en un movimiento y escalaban el monte por los flancos. Dos compañías formaban en la carretera, y permanecían inmóviles en orden de batalla. Cambió de pronto el toque de las cornetas y el movimiento de las líneas: Hecho el alarde de perseguir á los carlistas, venía la orden de replegarse. Continuaron las compañías del frente formadas en la carretera. Un ayudante joven y con lentes tomaba notas arrimado al pretil del puente. Más lejos repartía su tabaco con algunos soldados, el veterano capitán García. Estaba sentado sobre un montón de piedras, con la levita desabrochada y un pie descalzo á causa de Tina herida contusa. No podía andar sin grandes dolores, pero seguía mirando todas las cosas con una sonrisa radiante. Les decía á los soldados:
-Hemos vencido. ¡Bravo, muchachos!