Asomaron dos voluntarios en lo alto de una barranca donde se apoyaba la retaguardia carlista. Habían trepado corriendo y daban voces. Se les veía en silueta sobre el pálido azul, agitar los brazos y blandir los fusiles. Luego, más lejos y más alto, surge un voluntario solo, que da las mismas voces, y luego otro que baja saltando de risco en risco. Eran las parejas destacadas sobre el camino para vigilar y noticiar los movimientos de la vanguardia republicana. Las voces no se entendían en la distancia, pero al cabecilla le bastó ver el afán desesperado con que alzaban los brazos aquellas figuras ágiles, amenguadas en la lejanía azul. Sin duda, los republicanos, advertidos por el tiroteo, volvían para proteger la retaguardia. Miquelo Egoscué vio de pronto á su lado al molinero de Arguiña:
-Ordena la retirada, Miquelo.
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