Aquella retaguardia de enfermos y bisoños, perdido el contacto con las compañías de vanguardia, desfilaba entre dos lomas que parecían los pechos de una giganta. Más lejos se perfilaba un puente de madera que tenía el pretil blanco de nieve, y á uno y otro lado enriscados montes, con las quebradas cubiertas de pinar. Y entre el pinar y el río, al flanco izquierda, una siembra encharcada. Gil García espoleó su asno al mismo tiempo que le gritaba á un capitan muy joven, ocupado en liar e cigarro, con las riendas abandonadas sobre el cuello de su montura:
-¡Buen sitio para asar carne!
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