Se oyó la voz de la abuela y el canto de los gallos. Una moza soñolienta descorrió la cortina de estameña verde, que resguardaba el camastro donde la vieja descansaba con el gato á los pies. La Mai Cruz se incorporó en el cabezal, dando un suspiro:
-¡Ay, mis huesos, viejines!
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