Algunos oficiales jugaban al dominó en el único café de la villa, y otros paseaban en la plaza, bajo los arcos del palacio de Redín. Era la plaza grande y silenciosa, con una iglesia y un parador. De tiempo en tiempo pasaba sobre el silencio el vuelo de las campanas. Un capitán de cazadores, pesado y corpulento, con la ceniza del cigarro esparcida por la barba, salió del café muy sofocado, abrochándose el capote, y se acercó á dos oficiales que discutían:
-¿Qué hay, caballeros? ¿Se sabe si vamos á dormir mucho tiempo en este maldito pueblo?
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