Entraron en la cocina dos mendigos, hombre y mujer. Venían disputando. La mujer, con la basquiña echada por la cabeza, daba el pecho á un niño amoratado de frió. El hombre entró delante, corriendo como un gamo, aun cuando traía la pierna derecha, desde el muslo al tobillo, envuelta en trapos húmedos y sórdidos. El ventero se volvió y les hizo un gesto que suponía acuerdo entre ellos. Los otros callaron, y con los ojos bajos, alzando los hombros y estremeciéndose, se acercaron al fuego. La vieja del carro y la muchacha los miraban de soslayo, sin interrumpir el rezo. Sentados cerca del hogar los dos mendigos parecían montones de guiñapos, y al calor del fuego exhalaban un vaho de miseria. El hombre tenía los ojos fijos sobre Cara de Plata. En voz baja dijo al oído de la mujer:
-¡Paréceme un caballero de mi tierra!
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