En la hondura de una quebrada, y cercado de pinos cabeceantes, se ocultaba el caserío de San Paul. El carro se detuvo en la trocha, á la puerta de una venta, y las mujeres asomaron los rostros desgreñados, tan pálidos, que parecían consumidos por el ardor calenturiento de los ojos. La muchacha interrogó á la vieja:
-¿Es aquí donde pasaremos la noche?
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