SABELITA está sentada a la sombra de unas piedras célticas, doradas por líquenes milenarios. Desde el umbral de la casa se la divisa aguardando una vaca, en lo alto de la colina druídica que tiene la forma de un seno de mujer. SABELITA ha cambiado tanto que apenas evoca su recuerdo. Lleva ahora atavíos de aldeana, camisa de estopa, refajo remendado y madreñas. La vaca, una vaca marela, alarga el yugo mordisqueando la yerba, que brota en la sombra de aquellas piedras sagradas. De pronto, por entre unas breñas aparecen dos perros: Son los galgos que en el zaguán de la casa infanzona suelen verse atados de una cadena. SABELITA palidece al reconocerlos, y otea hacia el camino con ojos asustados, mientras los perros retozones y saltantes, acuden con ladridos de júbilo a lamerle las manos. Un hombre sube por la falda de la colina: Es DON GALÁN que llega acezando.
DON GALÁN.- ¡Alabado sea Dios! Vengo en una carrera desde la villa.
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