Una sala en el caserón. Anochece. Dos mujeres, casi dos sombras, en el estrado. Flota en el aire el balsámico aroma de los membrillos puestos a madurar en aquel gran balcón plateresco con balaustral de piedra. Apenas se oye el murmullo de las dos voces.
LA ROJA.- ¡Cuánto tengo suspirado por volver a verla en esta casa, señora mi ama! ¡Cuántas veces tuve intentos de ir a calentar estas manos ateridas, en aquella cocina del Pazo de Lantañón!
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