En la casa del tío de Rudi las personas -¡loado sea Dios!- eran como las que el niño estaba acostumbrado a ver y tratar. Un solo cretino residía en ella temporalmente; un pobre muchacho idiota, uno de esos pobres abandonados que las familias del Valais mantienen alternativamente, unos meses cada una. El pobre Saperli estaba allí precisamente cuando llegó Rudi.
El tío era todavía un robusto cazador, y, además, experto en el oficio de tonelero. Su mujer era una personita vivaracha, de cara de pájaro, ojos de águila y cuello cubierto de vello en toda su longitud.
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