Rudi tenía ya 8 años. Su tío del Valle del Ródano, allá en la vertiente opuesta de la cordillera, llamó al muchachito, diciendo que él tenía más posibilidades de instruirlo y abrirle camino en la vida. El abuelo comprendió la verdad de aquellas razones y no se opuso al proyecto.
Rudi tenía que partir; y no sólo debía despedirse del abuelo, sino también de Ayola, el viejo perro.
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