Pasaron tres años, tres meses, tres semanas, tres noches. Y al cumplirse esta fecha, la señora Glicina se encaminó por la orilla, hacia el sur. Poco a poco fue alejándose de su vista el caserío. Las chozas de caña y estera fueron empequeñeciéndose; las palmeras, a la distancia, parecían menos esbeltas y se difuminaban en el aire caliente que salía del arenal brillante como en acción de gracias al sol. Las barcas, con sus velas triangulares, se recortaban sobre la línea del mar y parecían pequeñas sobre la rizada extensión. La señora Glicina iba dejando sobre la orilla húmeda las delicadas huellas de sus pies breves.
–¿A dónde vas, señora? –le dijo un viejo pescador de perlas–. No avances más porque en este tiempo suele salir del mar el Hipocampo de oro en busca de su copa de sangre.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.