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CAPÍTULO II

La triste alegría del mar.
Amaneció un día claro de octubre; las embarcaciones se distinguían tan preciso en el puerto, que parecían vistas a través de un anteojo. Podían contarse los mástiles y las múltiples cuerdas y hasta letras de los barcos se distinguían vagamente. El mar estaba agitado, casi alegre, parecía reírse. Las olas, bajo un aire fresco y transparente, deshacíanse en gotas brillantes. El sol era espléndido, pero tibio.