Tras un momento de silencio, empleado por Milady en observar al joven que la escuchaba, continuó su relato:
-Hacía casi tres días que no había comido ni bebido, sufría torturas atroces: a veces pasaban por mí como nubes que me apretaban la frente, que me tapaban los ojos: era el delirio. Llegó la noche; estaba tan débil que a cada instante me desvanecía y cada vez que me desvanecía daba gracias a Dios, porque creía que iba a morir. En medio de unos de estos desvanecimientos, oí abrirse la puerta; el terror me volvió en mí. Mi perseguidor entró seguido de un hombre enmascarado: él también estaba enmascarado; pero yo reconí su paso, yo reconocí aquel aire imponente que el infierno ha dado a su persona para desgracia de la humanidad. «Y bien -me dijo-, ¿estáis decidida a hacerme el juramento que os he pedido?» «Vos lo habéis dicho, los puritanos no tienen más que una palabra: la mía ya la habéis oído, ¡y es llevaros en la tierra ante el tribunal de los hombres; en el cielo, ante el tribunal de Dios!» «¿Así que persistís?» «Juro ante Dios que me oye: tomaré el mundo entero por testigo de vuestro crimen, y esto hasta que encuentre un vengador.» «Sois una prostituta -dijo con voz tonante-, y sufriréis el suplicio de las prostitutas. Marcada a los ojos del mundo que invocaréis, ¡tratad de probar a ese mundo que no so¡s culpable ni loca!» Luego, dirigiéndose al hombre que le acompañaba: «Verdugo -dijo-, cumple tu deber.»
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