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CAPÍTULO 30: En El que Se comienza a imaginar cuál era el suplicio reservado a Cornelius Van Baerle

El coche rodó todo el día. Dejó Dordrecht a la izquierda, atravesó Rótterdam, alcanzó Delft. A las cinco de la tarde había recorrido, por lo menos, veinte leguas.
Cornelius dirigió algunas preguntas al oficial que le servía a la vez de guardia y de compañero, pero, por circunspectas que fueran sus demandas, tuvo el disgusto de verlas sin respuesta.