Apenas se había anunciado el retorno de Boxtel cuando éste entró en persona en el salón de Van Systens, seguido de dos hombres que llevaban en una caja el precioso fardo, que fue depositado sobre una mesa.
El príncipe, prevenido, abandonó el despacho, pasó al salón, lo admiró y se calló, y regresó silenciosamente para ocupar su lugar en el rincón oscuro donde él mismo había colocado su sillón.
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