Constituía ya ciertamente un gran honor para Cornelius van Baerle el ser encerrado justamente en aquella misma prisión que había recibido al sabio Grotius.
Pero una vez llegado a la prisión, le esperaba un honor mucho más grande. Ocurrió que la celda ocupada por el ilustre amigo de Barneveldt estaba vacante en Loevestein cuando la clemencia del príncipe Guillermo de Orange envió allí al tulipanero Cornelius van Baerle.
Sign in to unlock this title
Sign in to continue reading, it's free! As an unregistered user you can only read a little bit.