Serían las seis de la tarde. Un horizonte de color de ópalo, matizado con los dorados rayos de un hermoso sol de otoño, se destacaba sobre la mar azulada.
El calor del día había ido atenuándose poco a poco, y empezaba a sentirse la ligera brisa que parece la respiración de la naturaleza exhalándose después de la abrasadora siesta del mediodía; soplo delicioso que refresca las costas del Mediterráneo y lleva de ribera en ribera el perfume de los árboles, mezclado con el acre olor del mar.
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