Diez minutos más tarde, lord Arthur Savile, con la cara lívida de terror y los ojos enloquecidos de angustia, precipitábase fuera de Bentinck-House. Se abrió paso entre el tropel de lacayos, cubiertos de pieles, que esperaban bajo la marquesina del gran pabellón.
Lord Arthur parecía no ver ni oír absolutamente nada,
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