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CAPÍTULO 2: DOÑA BEATRIZ

La Covadonga, juguete de las ondas, empujada más de una vez á los arrecifes, estuvo á pique de ser hecha mil pedazos, pero el bravo marino español logró entrar al puerto, y frente del islote de San Juan de Ulúa dió fondo, amarrando su barco con dos gruesas y pesadas anclas. Continuó el recio viento parte de la noche, y el barco se mantuvo flotando y resistiendo el azote de las corrientes que se estrellaban contra sus costados, á pesar de las predicciones de todos los marinos y habitantes de Veracruz, que creían que de un momento á otro vendría á la costa; y se aprestaban á dar todo el socorro posible á los náufragos. Don Jerónimo cenó su pescado, bebió su vino en compañía del piloto y volvió á la playa, donde permaneció toda la noche esperando de un momento á otro ver hundidos sus botes de azogue y sus almadanetas de fierro, y sobrenadando el cadáver del importante personaje que esperaba.
El día siguiente de esta cruel noche amaneció puro y brillante, el viento había caído y las ondas poco á poco fueron disminuyendo, de modo que á medio día se pudo barquear, y todos los botes que dejó en buen estado la tormenta volaron por la bahía, y como una parvada de pájaros que caen sobre los granos, rodearon á la nave española.