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CAPÍTULO 3: EL TESORO Y EL TORMENTO

Al día siguiente de la rendición de la capital, Cortés se retiró á Coyoacán, y los oficiales y soldados solemnizaron con un banquete donde hubo vinos y tocino que habían recibido, la espléndida pero sangrienta victoria que alcanzaron. En esa orgía tormentosa donde bebieron y jugaron y donde no faltaron las mujeres que habían robado en la ciudad saqueada y enteramente aniquilada por los aliados, se relajaron los resortes del respeto y de la subordinación, y la sed del oro se encendió con el estímulo de los licores. Deseaban oro y más oro y piedras preciosas á montones, y lo que habían recogido y tomado de las casas no era bastante. Supusieron que Cortés, de acuerdo con Cuauhtimoc á quien tenía prisionero en Cuyoacán, había ocultado todos los tesoros para apropiárselos y defraudar á la tropa su parte y al rey el quinto que le correspondía. Al día siguiente amanecieron pasquines insultantes escritos en las paredes de las casas, y Julián de Alderete, con el carácter de tesorero de la Corona, tomó la demanda por su cuenta.
-- ¿Sabéis, señor, lo que se dice entre nuestra gente? -- dijo á Cortés antes de saludarle.