A los ocho días de estar Hernando Cortés en México, los aztecas, irritados con la presencia y orgullo de sus enemigos los tlaxcaltecas y con las demasías que cometían los soldados españoles, dieron muestras visibles de hostilidad y de disgusto. Cortés no sabía si permanecer, si abandonar la capital ó situarse en las calzadas. Dos días estuvo sombrío y pensativo, y al tercer día llamó á sus capitanes. «He resuelto prender al Emperador Moctezuma, les dijo, y traerle á este palacio. Su vida responde de la nuestra; lo demás que siga, está encomendado á la guarda de Dios y de Santiago.»
A la mañana siguiente, después de oir toda la tropa española una misa, de rodillas y con ejemplar devoción, Cortés tomó la palabra y dijo: «Vamos á acometer hoy una de nuestras mayores hazañas, y es prender al monarca en medio de todo su pueblo y de sus guerreros. Los españoles somos un puñado que con el soplo de los indios podemos desaparecer; pero están Dios y la Virgen con nosotros. He escogido á vuesas mercedes para que me ayudeis á dar cima á esta arriesgada aventura.» Esto diciendo, señaló á Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Francisco de Lujo, Velázquez de León y Alonso de Avila, y estos caballeros, seguidos de algunos soldados, cubiertos todos de armaduras completas, se dirigieron al palacio del Emperador de México.
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