Felipe II, alarmado con las noticias que recibió de la Audiencia de México y con el silencio de Don Gastón de Peralta, le removió del virreinato y mandó de visitadores á los Licenciados Jarava, Carrillo y Muñoz. Eran tres fieras y no tres hombres; Jarava murió afortunadamente durante la navegación. Carrillo y Muñoz llegaron á México repentinamente. Don Gastón de Peralta, sorprendido de las bruscas disposiciones de la corte, levantó una información y se retiró á San Juan de Ulúa.
El Lic. Alonso de Muñoz era hombre de más de 65 años; alto, seco, acartonado, de color de aceituna, de ojos torvos y hundidos, de una boca tosca y antipática; sus facciones todas salientes y duras, sus barbas gruesas como las cerdas de un jabalí, y que le salían en desorden por toda la cara hasta cerca de los ojos, lo hacían parecer más bien un animal feroz que un ser humano; todo, en fin, revelaba su altanería, su crueldad y su orgullo.
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