Bibliotecario Mayor de S. M. el rey don Alfonso XIII, es el Excelentísimo Señor don Juan Gualberto López Valdemoro y de Quesada, Conde de las Navas. Como otros caballeros de sangre azul, se dedicó a los deportes el conde de las Navas, sin desdeñar los ejercicios de la fuerza y elegancia, pues hasta está en la lista de los nobles que han toreado; se consagró principalmente a la bibliografía, a la erudición, a la literatura. A mí me parece extraño que, aunque relativamente joven, no tenga ya su sillón en la Real Academia de la Lengua. Ha producido ya buen número de libros que le hacen acreedor a tal merecimiento. Conoce su idioma como muy pocos, es un escritor castizo y de tradición. Y por su nombre, su papel social, su cultura y sus vinculaciones, debía estar ya entre los eminentes fabricantes del Diccionario.
Yo le conozco desde hace ya algunos años. Solía encontrarle en la célebre tertulia de D. Juan Valera y en casa de la condesa de Pardo Bazán. Su conversación es tan amena como sus escritos. Su cultura es sólida y su carácter no está agriado de pesimismos, a pesar de haberle coartado su actividad física una penosa dolencia que ha hecho aún más sedentaria su vida de religioso de los libros. Adora a su España, es andaluz y se encanta con la región asturiana, que le ha hecho producir páginas hermosas. «¡Ah! exclama, si yo no hubiese nacido bajo los verdes nopales de Gibralfaro, rezado la primera vez ante el altar de la Virgen de Araceli, y estudiado Derecho romano a la sombra de la torre de los Siete Suelos; si no debiera, en parte, mis pocas felices inspiraciones-si tuve alguna-al elixir del Tío Pepe, y si la Reina del Guadalquivir, con su Giralda, que, destacándose sobre el cielo, parece signo de admiración por tanta y tanta grandeza, no me hubiese prohijado más tarde, renegaría de mi tierra para hacerme asturiano y beber en el borde de la herrada el agua cristalina y fría en donde pesca la lóndriga la riquísima trucha, y para dormir la siesta a la sombra «proyectada por el ancho alero del hórreo», siquiera me despertase alguna vez la fuina persiguiendo a los pichones en el palomar cercano».
Mas es un purísimo hijo de Andalucía, y en su obra encontraréis alternados, como pasa en la existencia de esa tierra solar, la alegría y la tristeza andaluzas, ambas intensas y cordiales.
Yo no conozco todas las ya numerosas obras del conde de las Navas, pero algunas que he leído me han procurado momentos de amable solaz, me han conmovido o me han enseñado muchas cosas interesantes, raras, curiosas o divertidas. No ha llegado a mis manos La docena del fraile, que se publicó con un prólogo de Carlos Frontaura, jovial escritor cuyo nombre hoy dice poco y es por muchos ignorado, pero que tuvo en su época fama de ingenio fino y despierto. ¡Un infeliz! es una novela que se diría romántica si no fuese el estudio observado de la realidad, el trasunto de una vida, expuesta con procedimientos que poco se relacionan con lo moderno y menos con lo que hoy se llama modernista, con sutileza psicológica que nada tiene de bourgetiana, y con una gran penetración de sentimiento en lo que puede haber de más humano y al mismo tiempo de más español.
De más está decir que todavía, cuando publicó López Valdemoro ese libro, no había aparecido aún por estas tierras peninsulares la influencia del más loco y terrible de los filósofos anticristianos, y que, con todo y su cultura universal y variada, es y permanece fiel al espíritu tradicional de su patria y conserva su pensar absolutamente ortodoxo, a pesar de que se siente el estremecimiento de su alma ante el eterno misterio de la vida y de la muerte. ¡Un infeliz! el protagonista, es el que, en medio de los humanos lobos, cree en el bien, en la dignidad, en el honor, y, sobre todo, es capaz de amar de veras hasta el sacrificio, hasta el heroísmo, hasta la soñada eternidad. El tipo no es común, pero existe, y, sobre todo, ha existido, principalmente entre estos hidalgos españoles.
En una edición de doscientos cincuenta ejemplares, en papel de hilo, hoy agotada, publicó la primera serie, que no conozco, de sus interesantes Cosas de España, la cual primera serie fué escrita en colaboración con D. Manuel R. Zarco del Valle. Trátase en ese volumen, que se imprimió en Sevilla, de varios asuntos: Máscara de los artífices de la platería de México (1621); Entrevista de Carlos I y Francisco I (1538); La fuerza en España; La destreza en España; Don Josef Daza y su arte del Toreo; Los bufones en España y El tropezón de la risa. No han llegado a mi conocimiento tampoco su Chavala, historia disfrazada de novela; ni La media docena, cuentos y fábulas para niños, obra declarada de texto, ni algunas otras de sus producciones. En la segunda serie de Cosas de España, que poseo, hay monografías llenas de erudición sabrosa y entretenida.
La que trata del Tabaco, aunque no muy extensa, está escrita con verdadero amore y será leída con agrado especial por los fumadores. (En América hemos tenido, entre otros, dos grandes fumadores delante del Eterno, ambos generales: en la del Norte, el general Grant, y en la del Sur, el general Mitre). Hay muchos datos peregrinos y citas bibliográficas sobre el origen del tabaco y el placer de fumar. Ignoro si mi eminente amigo conoce un librito, o más bien folleto, del cual encontré un ejemplar en uno de mis paseos por los puestos de libros de viejo de los «quais» de París; me refiero al Traité-Théorique et practique-de-Culotage des pipes-œuvre posthume-de Culot, librepenseur-Philosophe éphectique-Professeur honoraire de pipe à la Société Œnofine-Membre-de plusieurs Sociétés buvantes-Avec les lumières de M. P. R. fumeur émerite.-Paris.-Etienne Sausset, Libraire Editeur.-Galeries de l'Odéon. Si no ha leído el conde de las Navas ese opúsculo, y llega a leerlo, su buen humor tendrá un nuevo momento de expansión, pues el francés tiene el verbo ágil y picante y es un ferviente adorador de la «nicotiana tabacum».
Los otros trabajos de la segunda serie de las Cosas de España, se refieren a Juan de la Cosa y su Mapa-mundi; a la Noche Buena; a don Fernando Colón-a propósito de las muchas discusiones que ha habido sobre si ese hijo del Almirante fué natural o legítimo-; a las Estatuas; a los Juegos de pelota, y al Robinsón español. En todas esas páginas demuestra el escritor que van iguales su talento de expositor y sus condiciones de «chercheur» y de «curieux».
No han llegado a mi poder los Cuentos y chascarrillos andaluces; pero sí he admirado a La niña Araceli, y el escenario andaluz en que se mueve su gracia y todo ese vivir de la famosa tierra que aún aman los moros; como me satisfizo El procurador Yerbabuena, entre lo cómico y lo amoroso, y Retama, el rústico, víctima de lo duro de la suerte, de la universal fatalidad que no conoce lo bueno ni lo malo, lo justo ni lo injusto. La pelusa es una novelita, o, como dicen los franceses, una «nouvelle», y, para seguir con ellos, una «tranche de vie». El argumento se desarrolla en la Corte. Hay en la narración la misma perspicacia y la misma desenvoltura ingeniosa con que el conde ha hecho vivir los personajes y tipos de sus novelas andaluzas.
Otros libros: La decena, cuentos y chascarrillos, inventados o recogidos de labios de amigos de buen humor. Literatura de buena digestión y de buena conciencia. De allende el Pajares, paisajes y cuentos trasladados e inspirados al amor del cielo y del suelo de Asturias. Yo he pasado algunos veranos en esa región amable y me explico el entusiasmo del autor por tierra tan llena de encantos y atractivos, tierra sonriente en medio de una como natural melancolía y un como flotante ensueño.
Mas una de las fases principales del espíritu del conde de las Navas, es su faz de bibliófilo en el verdadero sentido de la palabra. Él tiene el amor de los libros y frecuenta con asiduidad y cariño esas casas de las ideas. No podría encontrar el rey Alfonso XIII ni sacerdote más fervoroso, ni vigilante más celoso, a quien confiar el santuario intelectual riquísimo que es su Biblioteca. Sabida es la gran importancia de ella y las joyas bibliofílicas que contiene. El conde tiene también su biblioteca particular que, según tengo entendido, es muy digna de sus gustos y de su talento. El afecto a los libros demuestra un alma plácida y un fondo bondadoso. La buena erudición aleja los malos sentimientos. Erasmo, o M. Bergeret, tienen que sernos simpáticos. Además, tened por entendido que un bibliófilo no morirá nunca aplastado por un 40 HP, o despedido por un aeroplano. Pocos, poquísimos dice López Valdemoro en una parte de su tratado De libros, son los verdaderos bibliófilos que aman el libro en alma y cuerpo, por lo que dice, por su rareza en el mercado y por la buena ropa con que aparece vestido. Si a este propósito se preguntara a don Francisco Rodríguez Marín: «Después de las de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, ¿con qué gran pérdida nacional cree usted que se cerró la lista de nuestro inmenso despojo?», me atrevo a asegurar que el ilustre escritor sevillano respondería inmediatamente: «Con la venta de la magnífica biblioteca del marqués de Xerez de los Caballeros». Al poner el conde de las Navas tal respuesta en boca del señor Rodríguez Marín, deja ver que él habría contestado en igual caso la misma cosa. Él ha escrito sobre los amigos y enemigos del libro-hombres, mujeres e insectos.-; sobre las erratas, de las cuales cita celebérrimas; sobre el tamaño del libro; sobre los libros españoles de sastrería; sobre el plan de un libro que se propone escribir respecto al vino; sobre la venta de libros con dedicatorias autógrafas; sobre el arte de la encuadernación, y sobre otras semejantes disciplinas.
Y en todo lo suyo encontraréis claridad, elegancia, nobleza, gracia oportuna, documentado saber. Lo que él os diga, tened por sabido que no lo encontraréis en las fáciles y usuales enciclopedias. ¡Por Dios! Ha escrito sobre las gallinas, y para ello ha consultado ciento catorce obras impresas y nueve manuscritos.
Recientemente hizo un viaje a Lourdes y publicó sus Impresiones de un incurable. Esas impresiones son las de un cristiano sincero, las de un católico prudente. Él ha leído todo lo que a Lourdes se refiere, desde Lasserre hasta Zola, desde el abate Archelet hasta el doctor Baraduc, desde el P. Camboné hasta Huysmans, Gourmont y tantos otros, creyentes o ateos. Él cree en el poder de la fe y en la especialidad del milagro, y sabía que él, en su peregrinación, no alcanzaría la curación como otros. Él no es fanático; mas escucha en veces a la ciencia misma, decir por boca de sabios como Ramón y Cajal: «A despecho de los inmensos progresos acumulados en el pasado siglo, la fisiología cerebral del entendimiento y de la voluntad, continúan siendo el enigma de los enigmas. por mucho que se descubra no se llegará a contemplar objetivamente el pensamiento, ni se averiguará por qué un movimiento en lo objetivo resulta una percepción en lo subjetivo».
Del conde de las Navas han dicho: Picón, «que tiene un estilo en que andan mezcladas por partes iguales la corrección, la sencillez y la gracia»; el finado P. Blanco García, «que Alarcón hubiera firmado sin escrúpulo algunos cuentos de La docena del fraile»;
Pero entonces, vuelvo a asombrarme: ¿Por qué no ocupa el sillón que de derecho le corresponde en la Real Academia Española, el Excelentísimo señor don Juan Gualberto López Valdemoro, conde de las Navas y Bibliotecario Mayor del Rey don Alfonso XIII?
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