He visto varias veces el «Glatigny» de Catule Mendès. Es un bello espectáculo. Bello como el ensueño y triste como la vida. Glatigny, príncipe y fauno de un cuento improbable, es un personaje de ayer no más, de carne y hueso; poca carne, huesos largos, pálido y soñador, nefelíbato y lascivo, que murió tísico por una equivocación. Un bohemio.
Muchos amigos suyos existen aun, entre ellos el mismo Mendès. Vive también un su hermano, en provincias. Y Camille Pelletan, el que fué ministro de Marina, también fué de sus compañeros y acaba de hacer de él este amable retrato: «Sí, dice, he conocido a Glatigny y su figura era de las que uno no olvida. Pocas he visto tan extrañas y tan potentes.
Este pagano furioso parecía descender por cierto lado del Sátiro de Víctor Hugo, suelto en los bosques llenos de ninfas y de náyades, ebria el alma de las florestas; y es sin duda por un recuerdo de familia que ha escrito un día:
Et je danse dans l'herbe avec des pieds fourchus.
Pero por otro lado de su genealogía, la sangre que corría en sus venas era bien gala: descendía de Rabelais por Panurgo. Tenía de él la risa estallante, el don de las bromas enormes, la pasión de las aventuras y la alegre imprevisión. Debo agregar que no era todo lo que esa naturaleza valiente y leal había tomado al compañero bastante cobarde y bastante perverso de Pantagruel, de Epistemón y de frère Jean des Entommeures. Cómo, con ese doble origen, nació hijo de gendarme en su muy prosáico cheflieu de cantón de l'Eure, es lo que sería difícil de explicar. Sabéis que, como el mundo contemporáneo no tiene lugar para los seres fantásticos de antes, él se encontró arrojado en la existencia azarosa de los personajes de la novela cómica de Scarron: cómico errante como Destin o La Rancune; yendo de escena de provincia a escena de provincia; tan detestable actor por otra parte (no lo ocultaba él mismo) como excelente poeta».
Hugólatra, discípulo de Banville, compañero de Baudelaire, de Mendès, de los jóvenes poetas que hoy peinan canas o duermen en la tumba, Glatigny vivió en un tiempo de entusiasmo que hoy nos parece tan lejano, y exprimió el jugo de sus «viñas locas» y lanzó, lleno de un fuego apolíneo, sus «flechas de oro». No pensó nunca en el mañana. Le persiguió naturalmente la miseria; le abrumó la vida de café; le engañaron los colegas, las mujeres, el éxito, las máscaras: la Gloria, ella no, no le olvidó.
Glatigny es uno de tantos Don Quijotes como vagan por el mundo.
Solamente, en el drama funambulesco de Mendès muere sin recobrar la cordura. Su Dulcinea, sus visiones, hechas de fantasía y deseo, le acompañan en la agonía, y, seguramente, aunque sin confesión y sin buen sentido, se va a la mortal sombra misteriosa, más feliz. Se va para siempre en su postrer «salida».
He aquí el drama: En un pequeño pueblo normando vive Glatigny, con su padre, un simple gendarme. El poeta, que como ya sabéis, si tiene en el alma una estrella, esa estrella está encerrada en el cuerpo de un sátiro, que danza sobre la hierba con sus pies hendidos, el poeta está en vagos amoríos con la empleada del correo, Emma, pobre mujer que está ciertamente enamorada del fantástico joven, y que, mayor que él, le quiere casi maternalmente. Una compañía de cómicos de la legua pasa por el pueblo. Están sin un cuarto y quieren irse sin pagar el hospedaje.
Así, de noche, comienzan a poner en práctica la fuga. Entre ellos hay una guapa mocetona, Lizane, querida de uno de los cómicos, Fassin-pues hay allí tres de los que figuran en las Odas funambulescas de Banville: Neraut, Fassin y Grédelu. En momentos en que Lizane ha saltado por una ventana a la calle, medio vestida, Glatigny sale de casa de Emma; al ruido se esconde Lizane en un boscaje próximo. Glatigny la divisa y corre hacia ella. El sátiro y la ninfa. Palabras, audacias, versos lindos. Glatigny se enamora y, con anuencia de Lizane, que le ha contado la vida de los poetas de París que ella conoce, allá en el café-¡sueños de Glatigny!-se va con los de la farándula a la capital, no sin antes pagar, con dinero que le ha dado la misma Lizane, la cuenta del hotelero; y halagado por la canción que es como la Marsellesa de sus ensueños:
Avec nous l'on chante et l'on aime! Nous sommes frères des oiseaux.
Croissez, grands lys! chantez, ruisseaux! Et vive la sainte Bohème!
Y en el pueblecito queda la triste Emma, que ha hecho todo lo posible con sus súplicas para que la voluptuosa cómica errante le deje a su amado.
En el acto segundo Glatigny está ya en París, y en casa de Émile de Girardin que está para ser nombrado ministro, y cuya secretaría va a solicitar el bohemio. Mal vestido, pero ya con cierta fama y con un tupé colosal, comienza en la antesala del periodista famoso y rico por comerse los bizcochos y beberse el oporto de los visitantes.
Entra en esto Mme. d'Elfe, una embajadora-la célebre princesa de Meternich, que aún vive en Viena-llena de elegancia y de gracias. Viene a politiquear, intrigante y buena amiga de Napoleón III, con Girardin.
Diálogo lleno de curiosas cosas, entre poeta y embajadora. Ella queda sorprendida y contenta de las ocurrencias y galanterías del flaco y lírico tipo, que le confía su calidad de poeta y de actor y que incontinenti le hace unos versos, que escribe en un precioso carnet de la princesa. Ésta arranca la hoja escrita, y ofrece el carnet a Glatigny, que rehusa el regalo. El carnet está cubierto de piedras preciosas. En cambio pide la rosa roja que adorna el tocado de la alta dama; la cual accede, pero viendo que el galante hombre va a besar la flor, le dice orgullosamente:
.Pourtant quelque jour de peine plus étrange Et moins fière, s'il vous plaisait de faire l'echange, N'hésitez pas. N'importe quand, et n'importe où, Renvoyez moi la fleur, vous aurez le bijou. .Je ne crois pas vous la rendre jamais!
exclama Glatigny. Y envuelve la rosa en un autógrafo de Banville que él guarda preciosamente. La conversación sigue hasta la llegada de Girardin, al cual pide la princesa que modifique un artículo que está ya en prensa. El diarista accede, manda suspender la tirada y busca a su secretario, que ha partido; la princesa le recomienda a Glatigny, que empieza al instante sus funciones. que abandonará pronto por voluntad propia. Sale Girardin. Y entra Lizane, que había quedado fuera esperando al poeta. Conversación agitada. Lizane manifiesta que, una vez más, quiere dejarle, e ir a probar fortuna en calidad de cocota.
-¿Ah? ríe Glatigny.
.Oui, j'ai fait emplette, D'un nom ducal, chez la marchande de toilettes Hermine de Bréda.
Está bien. Y se despiden. No sin que antes le aconseje Lizane al abandonado que se junte con la hija de un músico de cervecería, la adolescente Cigalón, no bonita, pero que está profundamente enamorada de él. El acto acaba con la salida de Glatigny de su famosa secretaría y con el horror de Girardin y la risa de los que llegan y acaban de leer el diario recién aparecido. ¡El loco había escrito en verso el artículo dictado!
Tercer acto. La cervecería des Martyrs, que M. Audebrand acaba de desenterrar en uno de sus últimos libros. Centro de la bohemia, lugar en que se encuentran todos los comedores de azur y bebedores de toda clase de cosas, pintores, músicos, poetas melenudos, batalladores, templo tumultuoso en que se lanzan las más raras paradojas, se ríe, se combate, se besa a las muchachas y se imaginan todas las filosofías y locuras. El icono de ese lugar es el de Mürger. Allí aparecen personajes como Olivier Metra y Courbet, tipos como el del fracasado Morvieux, que son de todos los tiempos, y el coro de buscadores, de seguidores, de acólitos, de bohemios. Glatigny está desesperado por la separación de Lizane, y no comprende o no hace caso de la pasión ingenua de la pobre hija del músico de Cigalón, que procura darle algún consuelo. Ella sabe por qué sufre el poeta y le dice sus más suaves palabras y le anuncia que la otra ha de volver, que no sufra, que pronto ha de verla. Y Lizane vuelve, porque su amante, el cómico Tassin, está preso, porque no solamente vive de ella sino que ha robado. Y engaña de nuevo a Glatigny, que cree ciertas sus promesas de amor, sus frases que le enloquecen. La desventurada Cigalón ve el gozo del que ama por el retorno de Lizane, y llena de pena, al verlos partir juntos, va a llevarse a su padre, al músico raté, comedor de haschis, que vive su miseria en paraísos artificiales; y cuando quiere levantarle de la mesa en que está inclinado, le encuentra muerto.
En el acto cuarto Glatigny está unido a Emma y ambos trabajan en la Alhambra, ella en su repertorio cantaridado, él como improvisador. El público ve, al mismo tiempo, el escenario de la Alhambra, el cuarto de vestirse de Lizane y el de las demás artistas. Lizane, en una escena se muestra triste y de mal talante; y como Glatigny la pregunta el motivo, ella le hace ver que necesita dinero, bastante dinero, para vivir sólo para él, una vida de amor. El desastrado soñador se desespera. y por fin promete a la pérfida el dinero. Tiene allí cabalmente la rosa ya seca de la princesa d'Elfe; y en una salida que hace Lizane a escena, él envía a la princesa, que casualmente está en un palco, la rosa. Y en seguida recibe el carnet, que pasa a manos de Lizane. A esto ha venido a buscarla Tassin, que ha cumplido el tiempo de su prisión, y ella se va con él, mientras Glatigny improvisa ante el público, acompañado por el violín de Cigalón. La desesperación de Glatigny es inmensa, y mayor la de Cigalón, que ha de echarse al Sena en breve.
El último acto. El poeta, el amante pródigo, ha vuelto a su pueblo natal, ya tísico; y vive unido a Emma, que le recibió con los brazos y el corazón abiertos. Él guarda el recuerdo de sus pasados días. En su gastado cuerpo no han muerto ni el soñador ni el sátiro. Pero la enfermedad ha ganado ya mucho terreno, todo el terreno. Y cuando llega la noche y Emma le acuesta, después de un acceso, él finge quedarse tranquilo, dormir. La buena mujer se va confiada a su reposo. Y el lunático, el Quijote de la rima y de la carne, se levanta, como en un delirio. Le ha vuelto más viva que nunca su locura; busca su maleta vieja, sus papeles viejos, y sale a proseguir sus aventuras, sale a la calle, y al campo, sobre la nieve. Y muere en su sueño, con el beso de la esperanza en los labios:
Bah! je leur reviendrai chargé d'or et de gloire!
Ahí le encuentran por la mañana, helado de muerte y de nieve.
-«Pauvre petit!»-suspira la pobre Emma.
De uno de los pasados dramas en verso de Mendès decía Jules Lemaître que parecía escrito por Víctor Hugo. Este parece escrito por Rostand, siendo asimismo y por lo tanto huguesco, de un Hugo modernizado. Hay en Glatigny bastante de Cyrano.
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