Marinetti es un poeta italiano de lengua francesa. Es un buen poeta, un notable poeta. La «élite» intelectual universal le conoce. Sé que personalmente es un gentil mozo y es mundano. Publica en Milán una revista políglota y lírica, lujosamente presentada, Poesía. Sus poemas han sido alabados por los mejores poetas líricos de Francia. Su obra principal hasta ahora: Le roi Bombance, rabelesiana, pomposamente cómica, trágicamente burlesca, exuberante, obtuvo un éxito merecido, al publicarse, y seguramente no lo obtendrá cuando se represente en L'Œuvre de París bajo la dirección del muy conocido actor Lugne-Poe. Su libro contra D'Annunzio es tan bien hecho y tan mal intencionado que el Imaginífico-¿la pluma en el sombrero, Lugones?-debe estar satisfecho del satírico homenaje. A este propósito, el conde Robert de Montesquiou le dice conceptos que yo hago míos:
«Le temps et le verve que vous lui donnerez sont des beaux éloges, dénués de la fadeur des cassolettes et de l'écœurement des encensoirs. La louange n'est pas une; et, surtout, pas forcément suave: elle peut être acidulée; ce n'est pas la pire. Et le «toujours Lui, Lui partout!» de votre brillante critique, représente une salve d'applaudissements qui a bien son prix. La gentiane est amère, le pavot empoisonné, la belladone, vénéneuse: elles n'en sont pas moins des fleurs salutaires, belles, entre toutes, que plusieurs, non des moins difficiles, preféreront au jasmin. Et leur gerbe, déposée au socle d'un buste, l'honore autant que le ferait la flore étoilée.»
Los poemas de Marinetti son violentos, sonoros y desbridados. He ahí el efecto de la fuga italiana en un órgano francés. Y es curioso observar, que aquel que más se le parece es el flamenco Verhaeren. Pero el hablaros ahora de Marinetti es con motivo de una encuesta que hoy hace, a propósito de una nueva escuela literaria que ha fundado, o cuyos principios ha proclamado con todos los clarines de su fuerte verbo. Esta escuela se llama El Futurismo.
Solamente que el Futurismo estaba ya fundado por el gran mallorquín Gabriel Alomar. Ya he hablado de esto en las Dilucidaciones, que encabezan mi Canto errante.
¿Conocía Marinetti el folleto en catalán en que expresa sus pensares de futurista Alomar? Creo que no, y que no se trata sino de una coincidencia. En todo caso, hay que reconocer la prioridad de la palabra, ya que no de toda la doctrina.
¿Cuál es ésta?
Vamos a verlo.
1. «Queremos cantar el amor del peligro, el hábito de la energía y de la temeridad». En la primera proposición paréceme que el futurismo se convierte en pasadismo. ¿No está todo eso en Homero?
2. «Los elementos esenciales de nuestra poesía serán el valor, la audacia y la rebeldía». ¿No está todo eso ya en todo el ciclo clásico?
3. «Habiendo hasta ahora magnificado la literatura la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño, queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febriciente, el paso gimnástico, el salto peligroso, la bofetada y el puñetazo». Creo que muchas cosas de esas están ya en el mismo Homero, y que Píndaro es un excelente poeta de los deportes.
4. «Declaramos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carrera, con su cofre adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo. un automóvil rugiente, que parece que corre sobre metrallas, es más bello que la Victoria de Samotracia». No comprendo la comparación. ¿Qué es más bello, una mujer desnuda o la tempestad? ¿Un lirio o un cañonazo? ¿Habrá que releer, como decía Mendès, el prefacio del Cronwell?
5. «Queremos cantar al hombre que tiene el volante, cuyo bello ideal traspasa la Tierra lanzada ella misma sobre el circuito de su órbita».
Si no en la forma moderna de comprensión, siempre se podría volver a la antigüedad en busca de Belerofontes o Mercurios.
6. «Es preciso que el poeta se gaste con calor, brillo y prodigalidad, para aumentar el brillo entusiasta de los elementos primordiales».
Plausible. Desde luego es ello un impulso de juventud y de conciencia, de vigor propio.
7. «No hay belleza sino en la lucha. No hay obra maestra sin un carácter agresivo. La poesía debe ser un asalto violento contra las fuerzas desconocidas, para imponerles la soberanía del hombre». ¿Apolo y Anfion inferiores a Herakles? Las fuerzas desconocidas no se doman con la violencia. Y, en todo caso, para el Poeta, no hay fuerzas desconocidas.
8. «Estamos sobre el promontorio extremo de los siglos. ¿Para qué mirar detrás de nosotros, puesto que tenemos que descerrajar los vantaux de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio han muerto ayer.
Vivimos ya en lo Absoluto, puesto que hemos ya creado la eterna rapidez omnipotente». ¡Oh, Marinetti! El automóvil es un pobre escarabajo soñado, ante la eterna Destrucción que se revela, por ejemplo, en el reciente horror de Trinacria.
9. «Queremos glorificar la guerra-sola higiene del mundo,-el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las bellas Ideas que matan, y el desprecio de la mujer». El poeta innovador se revela oriental, nietszcheano, de violencia acrática y destructora. ¿Pero para ello artículos y reglamentos? En cuanto a que la Guerra sea la única higiene del mundo, la Peste reclama.
10. «Queremos demoler los museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobardías oportunistas utilitarias».
11. «Cantaremos las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, el placer o la revuelta; las resacas multicoloras y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas, la vibración nocturna de los arsenales y los astilleros bajo sus violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas y tragadoras de serpientes que humean, los puentes de saltos de gimnasta lanzados sobre la cuchillería diabólica de los ríos asoleados; los paquebots aventureros husmeando el horizonte; las locomotoras de gran pecho, que piafan sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados de largos tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice tiene chasquidos de bandera y de muchedumbre entusiasta.» Todo esto es hermosamente entusiástico y, más que todo, hermosamente juvenil. Es una plataforma de plena juventud; por serlo, tiene sus inherentes cualidades y sus indispensables puntos vulnerables.
Dicen los futuristas, por boca de su principal leader, que lanzan en Italia esa proclama-que está en francés, como todo manifiesto que se respeta-porque quieren quitar a Italia su gangrena de profesores, de arqueólogos, de ciceroni y de anticuarios. Dicen que Italia es preciso que deje de ser el «grand marché des brocanteurs». No estamos desde luego en pleno futurismo cuando son profesores italianos los que llaman a ilustrar a sus pueblos respectivos un Teodoro Roosevelt y un Emilio Mitre.
Es muy difícil la transformación de ideas generales, y la infiltración en las colectividades humanas se hace por capas sucesivas. ¿Que los museos son cementerios? No nos peladanicemos demasiado. Hay muertos de mármol y de bronce en parques y paseos, y si es cierto que algunas ideas estéticas se resienten de la aglomeración en esos edificios oficiales, no se ha descubierto por lo pronto nada mejor con que sustituir tales ordenadas y catalogadas exhibiciones. ¿Los Salones? Eso ya es otra cosa.
La principal idea de Marinetti es que todo está en lo que viene y casi nada en lo pasado. En un cuadro antiguo no ve más que «la contorsión penosa del artista que se esfuerza en romper las barreras infranqueables a su deseo de expresar enteramente su ensueño.» Pero ¿es que en lo moderno se ha conseguido esto? Si es un ramo de flores cada año, a lo más, el que hay que llevar funeralmente a la «Gioconda», ¿qué haremos con los pintores contemporáneos de golf y automóvil? Y ¡adelante! Pero ¿a dónde? Si ya no existen Tiempo y Espacio, ¿no será lo mismo ir hacia Adelante que hacia Atrás?
Los más viejos de nosotros, dice Marinetti, tienen treinta años. He allí todo. Se dan diez años para llenar su tarea, y en seguida se entregan voluntariamente a los que vendrán después. «Ellos se levantarán-¡cuando los futuristas tengan cuarenta años!-ellos se levantarán al rededor de nosotros, angustiados y despechados, y todos exasperados por nuestro orgulloso valor infatigable, se lanzarán para matarnos, con tanto mayor odio cuanto que su corazón estará ebrio de amor y de admiración por nosotros.»
¡Y en este tono la oda continúa con la misma velocidad e ímpetu!
¡Ah, maravillosa juventud! Yo siento cierta nostalgia de primavera impulsiva al considerar que sería de los devorados, puesto que tengo más de cuarenta años. Y, en su violencia, aplaudo la intención de Marinetti, porque la veo por su lado de obra de poeta, de ansioso y valiente poeta que desea conducir el sagrado caballo hacia nuevos horizontes.
Encontraréis en todas esas cosas mucho de excesivo; el son de guerra es demasiado impetuoso; pero ¿quiénes sino los jóvenes, los que tienen la primera fuerza y la constante esperanza, pueden manifestar los intentos impetuosos y excesivos?
Lo único que yo encuentro inútil es el manifiesto. Si Marinetti con sus obras vehementes ha probado que tiene un admirable talento y que sabe llenar su misión de Belleza, no creo que su manifiesto haga más que animar a un buen número de imitadores a hacer «futurismo» a ultranza, muchos, seguramente, como sucede siempre, sin tener el talento ni el verbo del iniciador. En la buena época del simbolismo hubo también manifiestos de jefes de escuela, desde Moreas hasta Ghil. ¿En qué quedó todo eso? Los naturistas también «manifestaron» y la pasajera capilla tuvo resonancia, como el positivismo, en el Brasil. Ha habido después otras escuelas y otras proclamas estéticas. Los más viejos de todos esos revolucionarios de la literatura no han tenido treinta años.
El calvo D'Annunzio no sé cuántos tiene ya, y fíjese Marinetti que el glorioso italiano goza de buena salud después de la bella bomba con que intentó demolerle. Los dioses se van y hacen bien. Si así no fuese no habría cabida para todos en este pobre mundo.
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