Hace poco tiempo, el señor don Adolfo Calzado, publicó un volumen que contiene muchas cartas de Castelar, dirigidas a él-desde el año de 1868 hasta el 98-, y otras escritas a Castelar por Víctor Hugo, Renán, Dumas, Duque de la Victoria, Mazzini, Thiers, Garibaldi y otros famosos y gloriosos hombres de diferentes naciones.
El señor Calzado fué el amigo más íntimo de Castelar, y quien, sin alardes de humillante mecenismo, ayudó pecuniariamente al gran orador, en ocasiones en que éste necesitaba de su apoyo. Calzado, rico banquero muy conocido en París, y al propio tiempo persona de superior cultura, ha escogido, entre las muchas cartas que recibiera, las principales.
¿De qué manera-dice en el prólogo-he procedido al ordenar estas cartas? Desde luego he hecho poco uso de aquellas cortas circulares que me enviaba Castelar periódicamente, al mismo tiempo que a otros cuatro amigos, las cuales dictaba a su secretario para que sacase copias de ellas. Doy preferencia a las íntimas, porque reflejan idénticos pensamientos con mayor espontaneidad y abandono, bien que ofrezcan el peligro de hacerme parecer inmodesto, aceptando elogios inmerecidos y expansiones que el lector, con su buen criterio, achacará indudablemente a la parcialidad del amigo. Después he eliminado lo agresivo, lo que, dicho en la intimidad y con el calor y la vehemencia de la lucha, pudiera ofender a muchos que fueron amigos suyos y son sus primeros admiradores. Por el deleznable fin de sazonarle a la curiosidad pública manjares, con la sal y pimienta del escándalo, hubiera faltado a deberes elementales. Tampoco he querido suavizar aquellas frases de ingenio tan peculiares en él, verdaderos zarpazos de león, para convertirlos en vulgares arañazos de gato. Suprimiéndolas sencillamente, si no doy gusto a los aficionados al escándalo, dejo en pie la idea, el concepto, que por faltar un adjetivo o un donaire no pierden su razón y su virtualidad.»
El compilador, respecto a las necesidades de aquel grande hombre que cumplió con el deber estético de darse la mejor vida posible, agrega:
«No me he creído con derecho a suprimir lo relativo a sus apuros económicos, porque ponen en relieve su laboriosísima existencia, su trabajo diario de diez horas, y cómo el hombre que ocupó los primeros puestos en la nación murió tan pobre que cuatro amigos tuvieron que pagarle el entierro. ¡Y no fué un entierro nacional, si fueron nacionales el duelo y el quebranto!»
Al leer la correspondencia de Castelar se ve ante todo la facilidad de fuente que había en aquel surtidor de ideas y de cláusulas armoniosas.
Castelar en sus cartas, como en sus novelas, como en sus artículos, es el Castelar de los discursos, es siempre el orador. Hace su frase, busca la cadencia y el efecto, redondea su hipérbaton. Así era también en su conversación. Y, a propósito, fué Castelar quien me presentó a su amigo Calzado, una vez que almorzamos en su casa de la calle de Serrano. Otra cosa que se advierte en seguida es la vehemencia meridional en todo, y una facultad de dar en todo, un soplo de lirismo.
Claro que lo que principalmente preocupa al escritor se ve que es la política, y de política tratan la mayor parte de las epístolas. Tanto como la política española dijérase que le interesa la francesa; y se sienten sus protestas, sus enojos, sus críticas, llenas de fogosidad. No queda muy bien Gambetta ante sus juicios. Y cuando Castelar se exalta, no se para en señalar hasta el defecto de ser tuerto.
También resalta el ingenuo y natural orgullo de quien sabía lo que era y lo que valía. Esa águila tiene mucho de pavo real. Y la verdad es que los oros y colores de su estilo brillan lindamente al sol. Hugo tenía también ese conocimiento de lo desmesurado de su genio, y asimismo mostraba su soberanía con sencillez, simplemente, como un león. Y hay que ver el cambio de cumplimientos olímpicos entre el gran francés y el gran español.
Y todo eso estaba perfectamente. Castelar no iba a dirigir sus pomposos elogios a M. Tartampion, ni Víctor Hugo sus inciensos pontificios a Juan de las Viñas.
Otra cosa que advertiréis es el trabajo formidable de aquel cerebro excepcional. Aunque la política le quitase mucho tiempo, él se arreglaba de modo que, mientras había libros suyos en prensa, iban sus larguísimas y profusas correspondencias a Buenos Aires, a Montevideo, a Venezuela, México, a Nueva York, fuera de su colaboración en diarios y revistas europeas. Ganaba mucho dinero, es verdad; puede decirse que nadie aquí ha sacado tanto oro de sus tinteros. Pero gastaba mucho; su vida de gran señor y de hombre de buen gusto le costaba un dineral, y ya habéis visto cómo Calzado cuenta que cuatro amigos tuvieron que pagar su entierro.
Hay en esas cartas opiniones sobre hechos y sobre gentes, sobre arte, vida pública; paisajes rápidos, soñaciones e intenciones de poeta.
Escribe en una parte, desde Étretat:
«Tengo el valor de predicar a un poeta prusiano, muy amigo de Bismark, su agente en Roma, que Alemania debe reconciliarse con Francia, como se ha reconciliado con Italia, volviéndole Milán y Venecia. Por consiguiente, debe volver a Francia, Metz y Estraburgo.»
Una tablita:
«Querido Adolfo: Aquí me tienes en la soledad más completa. Frente de mis balcones se extiende el Mediterráneo, que me envía sus frescas y a veces tempestuosas brisas; en torno de la casa una multitud de colinas sombreadas por pinos de Italia, y en cuyas cañadas crecen las higueras, los naranjales y las palmas.»
Política europea:
«Estoy indignado con ese bárbaro zar moscovita. Después de haber echado los pobres servios al campo, todavía los insulta. Después de haber convertido el ejército servio en ejército ruso, todavía escupe por el colmillo. Ayer comí en casa de Layard con tres diputados conservadores del Parlamento inglés. Me dijeron que Alejandro ladra, pero no muerde.»
Un buen párrafo para Gambetta, en Noviembre del 76:
«La campaña de Gambetta me admira más cada día. Es el verdadero talento político que hay en la democracia francesa. Por él, y sólo por él, vivirá la República. Si hoy tengo tiempo te incluiré una carta en español para que se la traduzcas de viva voz al francés, felicitándole y felicitándome por sus triunfos, que son también triunfos de la democracia europea.»
Y en Agosto del 77, refiriéndose a un discurso pronunciado por Gambetta:
«Aunque he dicho a América que me había gustado el discurso de Lila, te digo a ti que no me ha gustado nada. Cada día encuentro a ese mozo más gárrulo y más vacío. Luego, a su altura, no se comprometen los hombres públicos en procesos de imprenta como cualquier pelafustán de baja talla.»
Después, aún hay cosas peores contra Gambetta. Un sabroso párrafo culinario:
«Las últimas chucherías salen de provincias y llegarán antes de dos días. Haced un almuerzo español.
Pues Castelar amaba como pocos los placeres de la mesa. Y ya he hablado en uno de mis libros de ciertas perdices, regalo de la duquesa de Medinaceli, que me hizo saborear aquel hombre glorioso de alma infantil.
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