Un notable escritor y poeta, que por cierto es de la familia de Castelar-me refiero a don Mariano Miguel de Val, dice lo siguiente:
«Es un libro que está por hacerse, a pesar de lo agotado que parecía el tema: Hércules y Sileno, precursores del valeroso hidalgo Don Quijote y de su escudero Sancho. Hércules, libertador de los oprimidos, amparo de los débiles, castigo de los tiranos y espanto de los monstruos, tiene tales analogías con el ingenioso hidalgo de la Mancha, que hasta la protección de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, parece sentar el principio de que también al hijo adulterino de Júpiter le sorbieron el seso los libros, más o menos de caballerías.»
La comparación de Don Quijote con Hércules me parece nueva e ingeniosa.
La de Sancho y Sileno la había hecho ya el gran Hugo en un capítulo de su William Shakespeare.
«En Cervantes-dice-, un recién llegado entrevisto en Rabelais, hace decididamente su entrada: es el buen sentido. Se le ha percibido en Panurgo, se le ve de lleno en Sancho. Llega como el Sileno de Plauto, y él también puede decir: Soy el Dios montado sobre un asno.»
El señor de Val busca los puntos de semejanza en los dos héroes.
Hércules, en su destierro, condenado por Anfitrión, rey de Tebas, haciendo vida pastoril, y don Quijote, enamorado y poeta, en Sierra Morena. En las «salidas» hubo indudablemente muchos «trabajos»; las aventuras de los molinos de viento, en la venta, lo del yelmo de Mambrino, la liberación de los presos, el caballero del bosque, los leones, a los cuales se pueden agregar el descenso a la cueva de Montesinos, los batanes, los cuadrilleros, el barco encantado y tantos otros momentos de la vida heroica del caballero de los caballeros.
Todo esto, desde cierto punto de vista, es comparable con las hazañas del esposo de Deyanira. Mas, a mi entender, la psicología, digamos así, de los dos personajes, es absolutamente distinta. Además, Don Quijote es inseparable de Rocinante. Es el «caballero». Diríase que sin su caballería está incompleto. Cuando no va en Rocinante hacia el heroísmo, va en Clavileño hacia el ensueño. Hércules no cabalga. La única vez que usa de corceles es cuando ya consumido su cuerpo por las llamas en la cumbre del Œta, en soberbia apoteosis, y bajo su olímpico aspecto de inmortal, asciende, por orden de Júpiter, hasta los astros, en un carro tirado por una cuadriga:
Quem pater omnipotens inter cava nubila raptum Quadrijugo curru radiantibus intulit astris.
Podríase comparar don Quijote, a ese respecto, con Belerofonte, con Perseo, ambos jinetes de Pegaso y sublimes caballeros andantes.
Cervantes cita poco a Hércules. En la primera parte del Quijote, cuando habla de las lecturas del héroe, dice:
«Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteón, el hijo de la Tierra, entre los brazos.»
Hércules es el prototipo de la fuerza bruta, aunque, según las palabras de Muller, «lo heroico-ideal está expresado con la mayor fuerza en Hércules, quien fué preeminentemente un héroe nacional helénico. Su semejante bíblico es Sansón. Don Quijote es el Espíritu cabalgante, el Ideal caballero. Otros hay que pudiéranse nombrar a su respecto: el ya dicho Perseo, San Jorge, Santiago, Astolfo-y todo Poeta que monta en Pegaso.
Don Quijote es casto. Hércules es tan lascivo como Pan. En el canto en que Deyanira se dirige a su esposo en las Nereidas, de Ovidio, ella enumera alguna de las eróticas fazañas del formidable marcheur. Le habla de sus amoríos errantes y variados. «Cualquier mujer, le dice, puede ser madre por obra tuya.» Le recuerda la violación de Angea y el «pueblo de mujeres», nietas de Teutra, de las cuales gozó, y la tremenda Onfalia, que afemina al beluario, y le hace hilar a sus pies como a una esclava. Don Quijote no encuentra siquiera a Dulcinea y n se deja tentar por la carne, siempre con el alma de hinojos ante la figura soñada.
Hércules, por fin, es el semidiós medio bandido, y don Quijote, aunque él asegure, al compararse con don San Jorge y don San Diego y otros caballeros canonizados, que ellos pelearon a lo divino y él a lo humano, es un paladín medio santo.
¿Y Sancho y Sileno? Ya hemos visto cómo Hugo hace la comparación en su libro sobre Shakespeare. Sancho es también inseparable de su asno.
Recordaré el párrafo del admirable capítulo:
«Llega como el Sileno de Plauto y él también puede decir: Soy el Dios montado sobre un asno. La cordura en seguida, la razón muy tarda; es la historia extrema del espíritu humano. ¿Qué de más cuerdo que todas las religiones? ¿Qué de menos razonable? Morales verdaderas, dogmas falsos.
La cordura está en Homero y en Job; la razón, tal como debe ser para vencer los prejuicios, es decir, completa y armada en guerra, no estará sino en Voltaire.
El buen sentido no es la cordura y no es la razón. Es un poco de lo uno y un poco de lo otro, con un matiz de egoísmo. Cervantes lo pone a caballo sobre la ignorancia, y al mismo tiempo, acabando su irrisión profunda, da por caballería al heroísmo la fatiga. Así muestra, en uno después del otro, el uno con el otro, los dos perfiles del hombre y las parodias, sin más piedad para lo sublime que para lo grotesco. El hipógrifo llega a ser Rocinante. Detrás del personaje ecuestre, Cervantes crea y pone en marcha el personaje asnal. Entusiasmo entra en campaña. Ironía sigue al paso. Los altos hechos de Don Quijote, sus espolazos, su gran lanza enderezada, son juzgados por el asno; perito en molinos. La invención de Cervantes es magistral, hasta el punto que hay entre el hombre tipo y el cuadrúpedo complemento, adherencia estatuaria, el razonador como el aventurero hace un solo cuerpo con la bestia, que le es propia, y no se puede desmontar ni a Don Quijote ni a Sancho Panza.»
El asno de Sancho es silencioso y paciente, el asno de Sileno de Plauto está dotado del don de la palabra, como el de Balaan, como el que dialoga en Turmeda, como el que habla largamente al filósofo Kant en el poema de Víctor Hugo.
Cierto es que, el dulce animal de las largas orejas, además de conducir a Sancho y a Sileno, sirvió de caballería triunfal al Señor de Amor en su entrada a Jerusalén.
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