Por qué durante los catorce ó quince días que llevaba de residencia en aquella población, aunque continuamente estuve dando vueltas sin rumbo fijo por sus calles , nunca tropecé con aquella iglesia y aquella plaza , y desde la tarde en que la descubrí , todos los días, cualquiera fuese el camino que emprendiera , siempre iba á dar á aquel sitio , es lo que yo no podré explicar nunca, como nunca pude darme razón, cuando muchacho, del por qué para ir á cualquier punto de la ciudad donde nací era preciso pasar antes por la casa de mi novia. Pero ello era que unas veces de propósito hecho , otras por casualidad, ya porque á las mañanas se tomaba bien el sol contra la tapia del convento , ya porque al caer la tarde de un día nebuloso y frío se sentía allí menos el embate del aire , iba allí á todas horas , y me encontraba frente al ábside de la iglesia , sentado en algunas piedras amontonadas al pie del arco de la antigua casa solariega, y con los ojos clavados en aquella figura que parecía atraerme con una fuerza irresistible.
Más de una vez, deseando llevar conmigo un recuerdo de ella , intenté copiarla. Tantas como lo intenté, rompí en pedazos el lápiz, y maldije de la torpeza de mi mano, inhábil para fijar el esbelto contorno de aquella figura. Acostumbrado á reproducir el correcto perfil de las estatuas griegas, irreprochables de forma , pero debajo de cuya modelada superficie cuando más se ve palpitar la carne y plegarse ó dilatarse el músculo, no podía hallar la fórmula de aquella estatua, á la vez incorrecta y hermosa, que, sin tener la idealidad de formas del antiguo, antes por el contrario, rebosando vida real en ciertos detalles , tenía sin embargo en el más alto grado el ideal del sentimiento y la expresión. Inmóvil, las ropas cayendo á plomo y vistiendo de anchos pliegues el tronco para detenerse, quebrando las líneas al tocar el pedestal, los ojos entornados, las manos cruzadas sobre un libro de oraciones, y el largo brial, perdido entre las ondulaciones de la falda , podía asegurarse , y al menos este efecto producía , que debajo de aquel granito circulaba como un fluido sutil un espíritu que le prestaba aquella vida incomprensible , vida de ideas, sin movimiento y sin agitación, vida extraña que no he podido traslucir jamás en esas otras figuras humanas cuyas ropas agita el aire al pasar, cuyas facciones se contraen ó dilatan con una determinada expresión y que , á pesar de todo , son únicamente , al tocar la meta de su perfección posible , mármol que se mueve como un maravilloso autómata, sin sentir ni pensar.
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