-Hijo mío -dice Schiwen al Sueño -, baja a la tierra y sé el mensajero de mis iras.
El sueño, hijo de la tumba, levanta a esta voz la frente, entreabre los soñolientos ojos y agita sus noventa manos, en cada una de las cuales tiene una copa llena hasta los bordes de un licor soporífero.
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